El siempre grande Liam Neeson está al frente de esta historia de aventura y terror, que acumula tópicos y que se permite hacer sus pinitos teológicos sobre la existencia de Dios. Está bien rodada, e incluso bien interpretada, pero está llena de inverosimilitudes, de situaciones trilladas, y momentos de pura fórmula sin pizca de originalidad.
La cinta es un canto al individuo, a la autosuficiencia, al impulso vitalista por sobrevivir, así como supone una negación algo infantil del sentido trascendente de la vida. Si la película hubiera optado por la mera aventura, dejando fuera sus veleidades metafísicas, probablemente hubiera mejorado algo, aunque no es seguro. No está mal... para pasar el rato.